Llegué a La Paz junto a 4 ataúdes azules.
No es broma. Uno de los terminales terrestres de esa ciudad está junto al cementerio principal. A las 9 y 10 de la noche del lunes 3 de diciembre mi combi procedente de Desaguadero aterrizó en la capital boliviana.
De Juliaca había salido al medio día con sol radiante. A mitad del viaje, sin embargo, empezó una copiosa lluvia de verano... Vi pasar mojados, a traves de un vidrio sucio, Huancané, Taraco, Ayaviri, y varios pueblos más.
Mi castigo no fue eterno. Ese día del gran Titicaca y de sus aguas profundas y oscuras, 7 colores salieron a darme la bienvenidad.
Como de no creer.
Los Apus, el dios wiracocha y el gran dios sol, todos presentes en una puesta maravillosa. Una que jamás presencié en mi ciudad gris: Un arco de colores intensos atravesando todo el cielo serrano.
Ya lo dije, nada es eterno. El espectáculo celeste acabó y la lluvia volvió con más fuerza.
Yo, mientras tanto, jugaba a ser hippie, buscando de combi en combi el precio más barato. Pasé Puno, pasé Ilave, y nadie sospechó felizmente, que mi cartera morada tenía otra nacionalidad y que mi bolso Meche Correa fue comprado en Dédalo a precio de temporada...
En fin, mi regateo fue exitoso: 4 combis y 18 soles para llegar a mi destino final. 18 soles que incluyeron una coca cola de medio litro y una bolsa de maníes.
Seguí mi viaje adormilada en el último asiento de una camioneta nueva, viendo desde la ventana como los caminos de tierra y asfalto y decenas de pueblitos de frontera se inundaban poco a poco con gordas lágrimas de agua.
Debes bajar por la montaña media hora más o menos. Todo se ve negro. De pronto miles de luces parecen salir flotando de un gran hueco en la tierra. Esa es la Paz, me dijo un compañero de viaje. Mira hacia abajo, agregó el chofer.
No hay otra ciudad como La Paz. Por lo menos de noche.
Millones de estrellitas conviven tranquilas dentro de una gran cavidad oscura. Es pura magia.
No me dejaron en la estación central, sino en una especie de terrapuerto informal que funciona junto al cementerio.
Justo cuando el chofer paró, delante se plantaron 2 gruesos cobrizos a descargar ataúdes azules. Ataúdes vacíos, felizmente. No había visto ataúdes tan azules antes.
Cosa particular la muerte en La Paz, pensé en ese momento.
Sin embargo no es a los muertos ni a los ataúdes a quien se les debe prestar atención en ese cementerio... Estaba completamente empapada, mis dos chompas de lana negra no habían aguantado largo aguacero (7 horas de lluvia). Mis jeans se habían mojado hasta las rodilla y mis piernas ya empezaban a temblar. Llamé a Pablo entonces.
En el 2001, la noche de año nuevo en Cuzco, conocí a Pablo y Nicolás, dos estudiantes bolivianos que paseaban por el Perú. Yo estaba con Fabiola, una de mis mejores amigas, también de vacaciones.
Fue rápida la conexión. Feliz año nuevo, creo que dijimos. Luego, esa noche y el resto de la semana, fue bailar, emborracharse, caminar y conocer... Fumamos hierba viendo desde lo alto Sacsaihuaman y comimos sardinas de lata con galletas de soda en el cuarto del hotel.
Nada mejor que tener 20 años y estar sólo en una ciudad extraña. Nada mejor que tener 20 años y estar con 3 buenos amigos en una ciudad extraña.
Poco después llegamos todos a Lima. Entonces fuimos a bailar al Sargento y nos emborrachamos (más) en el Pollo Pier. Ahora caminábamos junto al mar tibio de enero y paseábamos por Miraflores y el cerro San Cristobal.
Vuelvo a La Paz.
Han pasado más de 7 años de Barranco, y me voy de su ciudad y del hoyo inmenso en la tierra. Y veo lejos sus edificios ocres y anaranjados. De día la ciudad no es tan bonita como de noche.
Al fondo, bien atrás, está la inmensa montaña. Nicolás me dijo como se llamaba y no le hice caso. Con el sol de tarde, esa montaña parece de plata.
Las ciudades son gente, dijo un aquitecto alguna vez. Más allá de sus construcciones son historias. Historias que mezclan y se entrelazan. La Paz, entonces, es para mí Pablo y Nicolás. Y aunque no tenga mucho sentido también Fabiola, que vive en Alemania... Mis 3 buenos amigos.
Hoy todos distintos, creo: Pablo es médico cirujano, Nicolás es sociólogo, Fabiola vive en Europa estudiando artes plásticas. Y yo llegué a la Paz porque en Puno debía hacer algunos reportajes.
¿Nada queda de esos 4 de Cuzco del 2001?
Ya pasé Desaguadero Perú (también hay uno Bolivia, igual de feo y peligroso). Sellé el pasaporte y repartí mis últimos bolivianos a mendigos.
El titicacaca es azul densísimo y los parajes se hacen cada vez más grandes. Los pastos verdosos se extienden kilómetros tras kilómetros. De pronto un fantasma nace de la nada, un aparecido de falda fucsia que pasea a lado del camino.
¿De dónde vienes?
¿A dónde vas?
¿No te diste cuenta que aquí hay nada?
Pero la camioneta blanca que me lleva de vuelta a Juliaca va muy rápido. Apenas puedo voltear la cabeza y ver sus pasos lentos en medio del frío.
El cielo te quiere tragar aparecido. Las montañas de más allá también te quieren comer. Ten cuidado aparecido... Eso le voy a decir un día a ese fantasma, cuando lo vuelva ver.
El próximo año Pablo se muda a Madrid para terminar una especialización en cirugía. Además de las bondades de la educación europea, dice que está cansado del caos político de su país. No le gusta que siempre haya guerra en La Paz.
Nicolás, en cambio, está convencido del proceso histórico y revolucionario que vive Bolivia. Orgulloso como nadie de haber bloqueado carreteras junto a los indígenas en el altiplano, continuará trabajando en los programas de alfabetización que promueve el gobierno de Evo Morales.
6:40 de la tarde: Vuelvo a Lima. El cielo parece de película. Dice la aeromoza que ya vamos a aterrizar. Yo nunca había visto un cielo tan bonito sobre Lima...
Ahí aparece el colchón de espuma, quiero cruzarlo para llegar a rápido a mi casa. Y no quiero porque nunca he visto un cielo tan bonito sobre Lima.
Las luces tiemblan.
-Tripulación estamos próximos para el aterrizaje. Dice el capitán
Mis compañeros de asiento no han parado de besarse desde Arequipa.
Un vacío en el estómago.
Él mira su reloj y ella se recuesta en su pecho después de darle un último beso en los labios.
Un golpe seco y otro más.
-Señoras y señores, bienvenidos a la ciudad de Lima, este es el aeropuerto internacional Jorge Chávez...
Lima, 2001
jueves, 6 de diciembre de 2007
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Que lindo chocla vale 20, como tu dices. El tiempo pasa las personas cambian pero los buenos recuerdos se peregnizan en el corazon. Amparo Sàchez
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