Su cabeza se parece a la de Montesinos, cuando sentado frente al chino Fujimori, ríe perverso para la cámara.
Ese hombre, de nombre Zacarías, tiene una peculiar misión: Reproduce todo documento que llega a sus manos redondas.
Desde 9 de la mañana hasta las 5 de la tarde, espera paciente que algún incauto caiga en su trinchera con papeles para fotocopiar. Sólo hasta las 5 de la tarde y con un par de horas para almorzar, por supuesto.
Ayer fui a su pequeña oficina.
No quería copiar nada, había decidido empezar por fin, con un proyecto programado hacía varios meses... Escribir una serie de relatos sobre los extraños personajes que pueblan el canal del estado (en el que yo también trabajo).
Primero debía buscar un personaje. Fue fácil decidir quién.
Luego, en un descanso de la edición ya estaba lista.
Dispuesta a dar curso a mi ambicioso plan, salí de las islas y bajé hasta un estrecho pasadizo.
El calor me hizo olvidar por un momento que tenía una misión. Sentí en las piernas los jeans como un pegote y el frío sistemático del segundo piso se me hizo más irresistible que nunca.
-¿Cuál debe ser la primera pregunta?
Susurré para mí misma.
Caminé entonces entre los ladrillos rojos, a media luz. Más bien, con esa luz difusa de 10 minutos para las 5 de la tarde. Es verano y por eso el pasadizo se hace más rojo a cada paso... Tan rojo como un prostíbulo de cuento de Vargas Llosa.
Apenas piso las escaleras sin barandas y ya tengo en mi cabeza el título perfecto: "Crónicas, relatos y leyendas del 7"
Doy un último saltito (perfecto, a pesar de mi tobillo roto) y aterrizo en las entrañas del canal.
El sótano, oscuro, sucio y grotesco; me recibe más solitario que nunca.
*****
Cuando entras a la pequeña habitación que funge de oficina, te sorprende la gran máquina de copiar. Es tan grande que ocupa casi todo el espacio. Detrás está él, el señor Zacarías.
Nunca me dijo su nombre, yo lo averigué por ahí, con un chico de operaciones que es su pariente.
No se mueve mucho el señor Zacarías.
Primero, se me ocurre que es por la magnificencia de la máquina que maneja. Un minuto después me doy cuenta que tiene una pierna más pequeña que la otra. Por eso sus movimientos no son uniformes. Debió haber sufrido polio de niño.
No he cruzado ni una palabra con él, no puedo preguntarle nada todavía. Menos algún recuerdo de su niñez.
No sé porqué, pero de pronto me acuerdo, en su oficinita, de mi gata Vieja. E imagino que el señor de las copias también tiene un gato o un perro grande, que quiere tanto como yo quiero a Vieja... Seguro le hace compañía en las noches, mientras ve televisión.
Atrás, en la esquina, un ventilador de pie con hélices azules, produce ráfagas continuas de aire tibio.
Ya va a ser la hora de salida y me pongo nerviosa imaginando el reloj en las 5 en punto.
Entonces me armo de valor.
-Me hace unas copias, por favor.
Rompo el hielo.
-Sus hojas.
Me responde seco
El hombre, un poco gordo y bastante calvo, no se refiere a las hojas que quiero copiar, sino a las hojas blancas que he debido llevar conmigo. Porque él no tiene. Él sólo tiene una gran máquina de copiar documentos.
Parece desconfiado... Más que nunca.
Dicen que a las 10 de la mañana escucha a Hildebrandt en la radio, que nunca se lo pierde. Empiezo, sin querer, a hacer analogías entre la cara malhumorada del periodista (cuando lo sacan de quicio) y la que me ha puesto ahora don Zacarías, por no tener hojas limpias.
Temo que me ha descubierto y mis mejillas se sonrojan.
No acepta las preguntas que yo empiezo a balbucear y me echa de su oficina con una seña violenta.
Desilusionada salgo de la pequeña habitación, con el último de mis informes en la mano derecha.
Desde afuera, apoyada en uno de los casilleros donde los camarógrafos guardan ropa, lo veo leyendo el Trome, interesadísimo... Una gota de sudor se cuela entre los 4 pelos, que contra sentido, cubren su cabeza.
Sigue leyendo, parece que va a terminar.
5:00 pm, hora de salida.
El señor de las fotocopias no ha sido muy amable. Imperturbable, sale por la puerta roja de su cubil, con el periódico del día debajo de las axilas. Desaparece rápido de mi vista. Tan rápido que parece no tener problemas al caminar.
Un poco más allá, pasando los casilleros, están las escaleras que van al estacionamiento. Pienso ir luego, otro día. Voy a buscar al señor Yauli. Seguro él si va a querer conversar.
El señor Yauli ha sido chofer del IRTP por más de 40 años.
Eso será, sin embargo, en una próxima entrega.
Espero logres conseguir aunque sea un pequeño dialogo con Don Zacarias. Sabes? esa inquietud por conocer saber mas de el, fuera de su coraza de su cara fruncida,es muy humano y admirable, veo que no te amilanas ante lo aparentemente dificil o complicado, y me agrada mas aun.Te felicito por la alegria que senti por lo aqui leido,me enorgullese saber de tus logros y tus gratas experiencias..sigue asi!
ResponderEliminarSí, sácale una declaración a Zacarías!
ResponderEliminarPor cierto, yauli preguntó por ti.
Lo esperamos en una próxima entrega entonces!
De hecho mpodría ser una gran fuente de información; pero, espantará todos con su genio, con escudo, cual si fuera cucaracha tras del sofa.
ResponderEliminarEl diablo, debe saber mucho de esas historias... tendrás de que porfiar hasta conseguir su simpatia. Bien dicfen que todo cuesta.
Chau.
Ese señor es un gran flojo. Pero gana más que muchos practicantes que se rompen el lomo. Y tiene seguro social, tiene todas las ventajas que te da la burocracia, gratificaciones, vaciones, estabilidad y el señor no tiene ni hojas para hacer su trabajo.
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