viernes, 5 de septiembre de 2008

V. E. S.

(de set. 2007)


Se iba la luz 2 o3 veces por semana. Quizás más.
Se hizo común entonces, poner candelabros en medio de las mesas, incluir velas en la lista de compras, escuchar grupos electrógenos lejanos y ruidosos. Común también, oír cuentos de almas en pena, echarse a la cama antes de las ocho, pegar cera entre los dedos sin quemarse.

Eran los ochentas en Lima y yo tenía 7 u 8 años. Alfonso, poquito más.

Alfonso vivió hasta hace poco en la casa que construyeron sus papás en Villa el Salvador. Ellos llegaron de alguna ciudad lejana del caliente norte. Migrantes de mucho empuje, levantaron en terreno eriazo, un viejo sueño familiar:
Cuatro hijos para bandearse un futuro mejor. Una comunidad entera, para superar la crisis económica y la violencia.
***


¡Buuummm!...
Una noche como tantas otras y las luces de Lima se apagan.
Ninguna señal de vida.
Buuummm y minutos (unos cuantos) de silencio eterno.
***


El mayor de todos sale corriendo y se desliza por el arenal. Es que en Villa, donde ha llegado hace varios años la familia, sólo hay arena. Al mayor lo siguen la hermana y el hermano, y Alfonso, el pequeño. Luego la mamá los busca preocupada, aunque no puedan ir muy lejos. Y ahí, en la oscuridad absoluta de una noche extrema; ven los cerros. Los 4 niños, quedan encantados como en cada noche de apagón.

En el cerro se quema un fuego incandescente.

No importa qué dicen esos cerros. Lo mejor es quedarse los 4 de la mano y ver prendidas esas inexplicables figuras rojas. Más lejos, allá donde el fuego vive: Gritos, balas, bombas. Igual da el vacío en el estómago por cada ruido sordo, todo vale por un minuto más. No hay peligro, los niños no sienten el peligro.

El espectáculo acaba con un grito seco de mamá, que los obliga a volver a casa. Y puede respirar tranquila.
***


Ligera y dulce, la voz de Alfonso me narra esta historia en noche de miércoles frío. A paso lento hacia avenida Canadá. Yo lo escucho mirándolo a los ojos... Sin prisa.

2 comentarios:

  1. Me recordaste cuando veía a unas latitas de fuego juntándose para formar una figura en ese cerro del Rimac ... entonces pensé que eran niños jugando y quería ir con ellos ... después supe que debía cuidarme de la hoz sin el martillo y del martillo sin la hoz ...

    besos

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  2. "Que lindo haber sido dueño de tan tremenda inocencia"
    (Tito Fernández,"El Temucano")

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