domingo, 11 de enero de 2009

6 grados de miseria

La madre muerta que quiere, aún muerta, proteger a 4 hijos.
El hijo mayor (de ojos castaños, los más tristes) que cuida al hermano pequeño y que al quinto día duerme, sin querer dormir, en un hospital de franja de Gaza. El niño pequeño, hermano menor, que lleva una bala precisa en la pierna izquierda (y no cierra los ojos en 4 días porque sigue cuidando el cuerpo dormido de su madre muerta).
Del niño pequeño cae una lágrima, una lágrima sola. Y una sola también cae del hombre grande, no muy lejos de allí. El hombre grande, grandote, que disparó desde el aire y mató a la madre muerta.
El hombre guapo, alto y grande que viste uniforme militar y llora por el amigo perdido. Y que toma de la mano, como el mayor al menor, a una joven viuda que ha quedado herida para siempre.
Yo, sentada en la cocina luminosa escuchando en dejo perfecto las noticias finales de una señal internacional, queriendo dejar de ver (a cada imagen), el cadáver ausente de una madre muerta.

No hay sepulturas.

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