miércoles, 29 de abril de 2009

contrariedad

Me dice que le causa contrariedad, que es bella y que sin embargo no sabe de belleza.
Me cuenta que antes quería tomarla de los brazos, alzarla, tirarla sobre la cama y hacerle mil veces el amor.
Ella es muy pequeña, minúscula, del tamaño de una niña.
Siempre ha parecido una niña.
Ahora prefiere no pensar.
Luego no hablamos.
En poco me cuenta que no puede dormir, que a las noches teme despertar y ver su rostro prendido en llamas... que odia las mañanas.
Volvemos al recuerdo de la chica-niña y a las imágenes sucias de esa otra mujer, ya perdida.

En su cabeza todo es causa de contrariedad.

Lo escucho. Yo lo escucho atentamente mientras toma de mi botella de coca cola.
Mientras estamos sentados a la misma mesa, del mismo restaurante, con la misma mesera inútil de ojos perdidos...
Lanza entonces su crítica histérica y sorbe dos veces de su infusión de anís.
Cuando estoy a punto de partir me pregunta por el hombre insistente, como queriendo hacer que olvide todo.
Aquel hombre, me dice, aquel hombre que no piensa en tí.
Respondo y no escucha...
Le cuento igual a sus ojitos sordos.
Yo pienso todavía en el tipo aquél.
Él habla ahora de otra niña rubia, como la niña esa, la pequeña y frágil, y toma un nuevo sorbo de mi coca cola.
La calle, nuestra calle, empieza a quedar vacía.
Sin ganas, nos vamos a las casas a dormir.

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