Ayer en la tarde, relajada, esperaba junto a la cabina de locución recitar de la mejor forma posible el texto para mi nuevo informe. El programa del "Señor de las Palabras" todavía se estaba grabando. 10 o 15 minutos más, me confirmaron. Cansada por un día arduo, me entretuve mirando a Samantha conversar alegre por el celular... Estaba más feliz que de costumbre. Sus ojos tenían un brillo particular y su voz, normalmente grave, se oía suavecita, ligera, como de quinceañera enamorada. Nunca ví tan linda a Samantha como esa tarde, susurrandole al celular.
De pronto, una niña de prensa irrumpió en la sala. Pareció no vernos, pasó apurada y se ubicó frente al monitor principal. Un anuncio importante, dijo.
Un cadáver habia sido encontrado.
Esa mañana en una construcción en La Victoria, varios obreros quedaron sepultados después de caerles encima grandes cantidades de fierro, tierra y cemento.
¡Van a sacar al muerto! ¡Van a sacar al muerto!
Repitió varias veces la niña de prensa. De tal modo, de tal forma, que me hizo creer, un sólo minuto, que se iba sacar de la tierra un tesoro y no un muerto.
¡Miren la cámara del N!
Fue su siguiente anuncio (dirigiéndose, creo, a sus compañeros).
La cámara del N era la más cercana al cadáver.
Si muere el familiar de un buen amigo ¿no debemos acaso hacer lo necesario para aminorar el dolor de nuestro amigo?
¿Qué pasa si la tragedia nos llega a todos? ¿Si la tragedia es nacional? ¿Si la tragedia conmociona al mundo entero?
Como cuando choca un bus lleno de escolares en la carretera al Cuzco.
Como cuando hay un terremoto en el sur que deja heridas profundas.
Como cuando ves a un niño muriendo en un país sin nombre del África oscura.
Como cuando se matan en una franja absurda, hombres que comparten la misma tierra.
No hay dolor ajeno.
Y así como el dolor es de todos, el respeto ante la muerte también lo merecemos todos.
Con la muerte del propio y del ajeno, el respeto no debe faltar.
Vallejo lo dijo, nada de lo humano nos debe ser ajeno...
El dolor es humano y universal.
Y HUMANO, nuevamente. Y HUMANO, nuevamente.
jueves, 13 de diciembre de 2007
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Recuerdo que hubo un tiroteo en la universidad. Quizás si hubiese estado con mis hijos y mi esposa me hubiese asegurado de que estén a buen recaudo. Estaba solo. No se si tenemos algo invertido en el alma. Decidí correr hacia allá. Encontré a los vigilantes aun en el piso con las manos sobre la cabeza en la puerta de salida. Hubiese deseado tener una cámara de fotos. Todavía reinaban los últimos segundos del silencio de la huida. Una grabadora reportera registraba las primeras voces, reacciones, temores y órdenes.
ResponderEliminarProbablemente los mismos temores que tenemos nosotros en ese momento. Qué pasó? cuántos eran? por donde se fueron? a la información se le adhieren además quiebres en la voz, de los ojos nos llega pavor. Debe ser el miedo de los 13000 que estabamos allí. El mismo miedo masivo.
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quizás nuestra reacción de recojo de sonidos, imágenes, testimonios, deba ser moderada luego en una mesa de informaciones, para dar cabida a muchos más información.
Como la información es libre, llegarán indefectiblemente a la red muchos más fragmentos de los hechos que los transmitidos por un medio masivo. Cuantas cosas se reservan los canales, recuerdo alguna cinta de prensa con imágenes de un linchado en Ilave que no llegaron a ser transmitidas.
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mientras escuchaba un apacible villancico, me removió el mensaje directo de un cadáver en el celular (bajo el cemento y el fierro).
Desde ese momento, el villancico me sonó a niño manuelito fallecido. José abrazaba a María en un féretro y no buscando procrear más mesías.
Cruzó por mi mente la muerte de un periodista bajo los escombros. Me mantuve intranquilo el resto de la tarde, tan solo habiendo leído unos caracteres en el celular.
Es el miedo. Es eso que tenemos invertido en el alma. Quería correr hacia allá.