Cómo no morir en el intento

Hace unos días conversaba con mi amigo Rafael. Recordábamos por teléfono la primera vez que salió con su actual novio, Rodolfo.
Fue una noche de junio, hace como 3 años, me decía Fito (así le dicen a Rafael).
-¿No te acuerdas que yo estaba contigo? Esperamos a Rodo a la entrada de la Tiendecita Blanca. Fueron de lo mas buenos los dos. Seguí recordando. Me acompañaron a grabar una entrevista por el parque Castilla y luego me dejaron en mi casa, porque se hizo tarde.
Rafael respondió entonces:
-Ahora Rodolfo es como mi familia.
-Lo sé, Fito. Lo sé.

Que extraño es todo aquél proceso de conocer a una persona
¿No creen?
Estar, no estar, volver a empezar, terminar...

Al principio era un total extraño.
Me refiero a Rodolfo, esa noche lluviosa en Miraflores. Era tan extraño para mí, como lo era para Rafael. Sin embargo, hoy día, no concibo a uno sin el otro.

Igual me pasó con Javier.
No éramos el uno sin el otro, por años fuimos una familia. Luego nos separamos
A veces vuelve a mi mente Javier, como un recuerdo. Y el que vuelve es aquél niño del que me enamoré en Estudios Generales Letras, que me sigue perteneciendo, de alguna extraña y maternal manera.
Sin embargo, el Javier de verdad, no.
Lo vi hace poco. Él no me vio, por supuesto. Lo mire desde lejos y casi no lo recocí: Otra vida, otro mundo, otra novia, otra ropa. Otra persona, totalmente distinta, viviendo fuera de mi mundo.

Hay una canción de los 13 baladas que dice algo así:
"te voy a olvidaaaaaaaaaaaaaaaar... Palabra de honor"
Y así debe ser. Así mantenemos en orden el universo.
Aquél que quisimos un día con alma, vida y corazón, se vuelve de pronto un extraño. Se llora y se olvida.
De la misma forma que un extraño se convierte, de un día para otro, en parte de nuestras vidas.
Todo da vueltas, todo nace y muere. Y vuelve a nacer, aunque parezca imposible.