jueves, 9 de julio de 2009

culposa conquista


Sí, sé que nuestra Lima pasa los 8 millones de habitantes, que tiene conos y contraconos, combis asesinas y camina siempre entremezclada en tonos grises. Sé además que contiene trozos de cada parte del Perú, que demora en recorrerse lo mismo que atraversar dos países europeos y que dicen todos que es grandota. Pero nada, yo la veo muy pequeña. Chiquita, chiquitita. Esa es la Lima mía y la Lima de nosotros (Sin ser nosotros, claro, una forma excluyente o peyorativa. Más bien un nosotros los pobres, los pobres de nosotros: qui vivons ici, dans la petite ville).

Entonces somos esos. Los que se meten a la misma casa todos los fines de semana, entre las mismas caras de la misma gente (salida de 2 universidades y una más que no se menciona por ser un poco misia). Esos de la misma ropa, las mismas conversaciones y las mismas ideas. Todo repetido como en máquina de grabar, una y otra vez, a mitad de un desierto inútil de 3 cafés, 2 centros comerciales y 5 espacios de conquista.

Hace un año más o menos, bailando en la metáfora céntrica de algún local discotequero, me encontré con el amigo de un amigo. Tipo alto, largo, de buen hablar, basatante interesante y poco agraciado. Yo iba con los compañeros usuales: el Dulcísimo, el Magnate y el Gordo X, que esta sola vez había optado por tomar grandes tragos de agua edulcorada en vez de cerveza helada. El hombre largo se acercó, saludó a todos de buena gana y en poco hizo el primer movimiento.

Largo es decente, por decirlo así. Conoce al dulcísimo y al Gordo X, es amigo de un amigo y de la amiga aquella que trabaja donde Z ¡Ah sí! Estudió con S e Y... Un gileo descontado entonces, parte ineludible del destino (ese mismo que me forzó a nacer en esta ploma ciudad).

El pata de arranque tiene ganas. Yo que en una noche no llego a tanto (tendría que gustarme demasiado, ser cuasi perfecto), asumo tantitas de sus culpas y dejo que siga con el verso. Finalmente, contra los agarres nunca tuve nada.

Es verano. Recuerdo su extraña anatomía moviéndose como lombriz junto a la barra, sus jeans gastados y sus hawaianas negras (yo llevo unas blancas). Me gustan los detalles: los 4 pies alterados, dando saltos espasmódicos por cada resto de cerveza chorreada al piso. Conversamos de algo intrascendente con pies suicios llenos de alcohol, cenizas y sudor. Igual, es mejor no sacar el celular para tomar una foto de los pies, me va a creer muy pay. Entonces convénceme y bailamos otra canción densa.

El acuerdo no resulta hostil: vámonos.

Esta noche inútil puede resultar buena, única, inésperada ¿Quién sabe? La verdad aquí ya estaba poniéndome incómoda con las conclusiones imprecisas del Magnate (usuales del todo). Y claro, también está mi sentimiento de culpa usual, que hoy estuvo fuerte, fuertísimo... El sentimiento de culpa, aún de a pocos, es requisito indispensable en noche de fin de semana. Eso claro, si eres chica limeña bien, educada bien por buenas monjas.

El largo y yo salimos corriendo del local del centro mientras el Maganate no dice, como siempre. Trepamos sobre un carrito amarillo con alguien sentando delante. Un amigo de él. El amigo, también pata de S, se baja en Miraflores.

Las depresiones fueron en el viaje el tema principal. Un depresivo tampoco es difícil de encontrar en estas calles: los intentos de suicido, los cortes de muñeca, las pepas tragadas y las salidas con violencia. Todo se contó con poca prisa en un viaje espectral, difuso e intemporal (que pareció eterno entre Miraflores y Javier Prado).

En mi casa, a la mesa de la cocina, me negué a ir a su casa.

Luego picando ravioles fríos y besos agrios, me contó del depa donde vive: Que está cerca de aquí, que un día lo conozca, que vamos a ver películas y a tirar. Que paga tranquilo la renta con un sueldo poco más alto que el mío. Claro, no tan bien porque trabaja en todo lo que sale. Claro, su papá y su mamá son muy parecidos a los míos, igual que todos en su casa. Él también es uno "nosotros".

Nada, yo estoy en las mismas. En las parecidas, sí. Porque vivo aquí, con mamá, papá y hermanas. Aunque sólo para mí, mi sueldo no debe rentas. Una huevada vivir en el Perú, si. Sí, estoy de acuerdo. Pero te vas como todos, que bien. Igual que yo en un par de años.

Luego me da una pena terrible saber que vive solo. Es buena onda, tendríamos que ser amigos. Está sentado en mi cocina metiéndose a la boca ravioles congelados y quiero que se lleve algo de comida. Él no entiende y yo tampoco. Abro los estantes de la izquierda y guardo en una bolsa de Wong 2 latas de atún, una caja de marracones con queso, frejoles y otra cosa. Todo para su casa, para su depa solitario. Que se lleve lo que pueda cargar.

Es una disculpa, ya sé. Porque te traje a casa y te di ravioles congelados y pocos besos, menos de los que hubieras querido. Porque no tire contigo. Porque debo vivir sola como tú y no vivo. Porque vivo aquí, más cómoda que tú. Porque cargo demasiada plata en la cartera, mucha más de la que gano. Porque la gente como yo (como nosotros) sólo sabe sentir culpa. Y más si besa a un extraño como tu, conocido bueno, limeño de bien, amigo de mis amigos.

2 comentarios:

  1. mmm uy esas historias de madrugada son chéveres jeje... todos somos personajes en la historia de alguien... la pregunta sería, como cuenta él la historia…

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  2. escribirá su propia historia.
    ¿q dirá de mi?... fuck, muero d miedo.
    Pero bahh, él estoico aguantó mi relato. So, sólo me queda por lección, no volver a toparme con otro escritor en Lima

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